"los únicos que piden pan con aceite aquí son los brasileños, pero como estáis siguiendo atentamente el partido del Barça (lo daban por la tele) vosotros debéis ser españoles, catalanes para ser exactos, a menos que seáis españoles y viváis en Brasil..."
Joder con el Sherlock Holmes! lo único que le faltó por decir es la talla de nuestros calzoncillos, el tío.
Primero fuimos a Buenos Aires a disfrutar del buen carácter del porteño. El primer día fuimos a Puerto Madero, que es como el Port Olímpic pero a lo bestia. Eso sí, de río. Por cierto, el colorcillo del Río de la Plata, más que de plata tiene color a otra cosa (dejádmelo decir claro: tiene color de CACA).
Al día siguiente dimos un paseo por la ciudad, empezando por la plaza de Mayo (con sus manifestantes y todo), la casa rosada (que si la de los americanos es blanca, la de los argentinos es rosa, toma ya orgullo gay!) pasando por el barrio de la Boca (lógicamente pasamos por el estadio del Boca Juniors, orgullo del argentino y envidia de algunos). Después paseamos por el Caminito, con sus encantadoras casas de colores llamadas Conventillos (pronunciado conventishos) hechas con las chapas de los barcos que fueron llegando a la ciudad repletos de inmigrantes pobres de solemnidad que compartieron al llegar hasta el hambre.
Luego fuimos al barrio de San Telmo a disfrutar del supermegamercadillo (todo el barrio es un mercado gigante los domingos) y del ambiente bohemio mezcla de tango de pega, anticuario rancio, artesanía china, indios tocando con la flauta el condor pasa y turista sudoroso. Por la noche tras un refrescante baño en el spa del hotel, a cenar (nos pusimos de carne hasta el c....) y a dormir, eso sí destrozados pero llenos.
El siguiente día fuimos al Rio del Tigre, un delicioso paseo en catamarán por las aguas transparentes (espera un momento, transparentes? si eran de color marrón chocolate!) por el río hasta las islas donde visitamos la catedral y los paisajes. Lo de llamar al río del Tigre, ya da una muestra del carácter cachondo del argentino. Seguro que encontraron allí un gato grande y ala!, como era argentino, pasaron a llamarle tigre...
Como echábamos de menos São Paulo, por la tarde fuimos a un shopping, que por ser el templo del consumo, más parecía la capilla Sixtina que otra cosa.
Luego por la noche al típico espectáculo de tango, con caballos, indios, bailarines, cantantes, bandoneones y todos los ingredientes para una noche porteña de pro. Lo más cachondo era la edad de los que tocaban el bandoneón. El más joven debía llevar una década jubilado, eso sí, tocaban como soles...
Al día siguiente un avión y hacia el Calafate. Desde la ventanilla de nuestra aeronave (las niñas y mi suegro se peleaban por estar junto a la dichosa ventanilla) no pudimos resistir el paisaje: montañas nevadas, lagos, glaciares... Nos derretíamos cual iceberg pensando en lo que îbamos a encontrar al llegar allí.
El nombre de Calafate viene de un arbusto que da una frutilla (pronunciado frutisha) con pinta de mora y de gusto agridulce. Al parecer la gente quedaba "al lado del calafate", refiriéndose a un gran arbusto de ese tipo que crecía en la región. Ese arbusto era usado lógicamente para calafatear los barcos (el que no sepa lo que es calafatear que lo busque en google), ante la ausencia de otro tipo de árbol en la región. Por cierto, nos olvidamos de comprar licor de calafate, o sea, que tenemos que volver sin falta.
La culinaria se destaca por el cordero patagónico. Comimos tantos que cuando nos veía uno pasar salía huyendo. El vino, cojonudo y bien de precio (comparado con Brasil, un regalo). También comimos otras delicias light, como morcillas, chorizo, vacío, entrañas, y un largo etc.
Mi suegro, que no me come nada animalico, y las niñas, que tampoco me comen nada, se acababan en un pis pas un filetón que daba miedo. Mi mujer y yo, no claro. Nosotros ensaladitas y sopita...
Otra característica que llama la atención es que en verano había luz hasta bien entrada la noche. En realidad se hacía oscuro a partir de las 10h y amanecía superpronto (no te se decir porque yo estaba durmiendo, pa que os voy a engañar).
El hotel, que estaba al pie de un lago color turquesa precioso, era bastante confortable, con su piscina calentita interior, su piscina calentita exterior, su sauna también calentita, en fin de todo lo que un cuerpesito congelado necesita.
Allí se produjo la primera polémica del viaje. Como somos todos medio ornitólogos discutimos sobre un pajaruelo de a región. Las peques insistían en que era un kero-kero, y yo que ni de coña, que los kero-keros tienen cresta. Y ellas que en el cole ponen huevos, y yo que en los campos de golf los hay a montones. Y ellas que son superagresivos, y yo que este no, que es argentino. En fin, disfrutamos de lo lindo haciéndonos rabiar los unos a los otros, que de eso se trataba.
De aquí hicimos el primer paseo "on the rocks". O sea, a los glaciares a coger unos cuantos cubitos para el cubata. La primera visión del Perito Moreno, que es el nombre de un glaciar llamado así en honor a su descubridor, fue flipante. Nos quedamos sin aliento ante la visión majestuosa de ese torrente de hielo de 60 metros de altura... Es uno de los pocos glaciares que siguen en avance, pues debido al cambio climático la mayoría de ellos está en recesión.
Lo más famoso del Perito Moreno es un puente que se forma al chocar el glaciar con una isla cercana. El agua de un lado lucha por pasar al otro y va erosionando la montaña de hielo formando un puente. El puente acaba desmorronándose y cae al agua, con un estrépito que debe destrozar los tímpanos. Nosotros sólo pudimos observar los pilares del puente y ya sólo la imagen resulta sobrecogedora...
Desde las pasarelas pudimos contemplar una figura curiosa que parecía un delfín. La mayor decía, Papá, ese trozo se cae. Y yo le decía, aunque parezca que se va a caer tarda un montón... Al llegar a un mirador vimos personas observando atentamente con sus cámaras la figura del delfín... Papá que se cae. Joder que se cae no, que se cayó. Con el estruendo de un cañonazo y generando unas olas que pa qué. Al final del espectáculo no lo pudimos resistir y todo el mundo arrancó en un aplauso espontáneo. Atención, aplaudimos a un trozo de hielo al caer! Para que después critiquen a los que aplauden al piloto de un avión al aterrizar. Lo mejor de todo es que nos enteramos que había gente allí que llevaba esperando el desmorronamiento por más de una hora! Menudas fotos y menudo vídeo nos salió...
Luego nos fuimos a almorzar un bocata a uno de los miradores para no perder detalle. Allí observamos una curiosa figura que adjunto para que penséis que os recuerda...Sólo os doy una pista, había dos abuelitas que vieron lo mismo que vosotros...
Exacto! La mismísima Virgen con su manto y todo (cito textualmente a las abuelitas para que no reclamen de copyright). Cuando se lo conté a mi suegro casi se atraganta de la risa.
Al día siguiente dimos un paseo por barco por el parque de los glaciares, donde pudimos observar gigantescos icebergs a nuestro paso, de un color azul intenso y brillante. Una joya.
En el parque vimos que el perito moreno no es el glaciar más grande sino que hay otros que llegan hasta 110 metros de altura (casi el doble). El barco a su lado parece un enano...
Las montañas de los alrededores presentaban una peculiaridad. Como hace mucho frío, las bacterias no pueden desarrollarse libremente, así que para descomponer restos orgánicos tardan años y años. Así, los troncos de los árboles difuntos permanecen intactos como testigos mudos del pasado...
Al día siguiente tomamos otro avión y ala! Para Ushuaia. La ciudad de Ushuaia es la ciudad que está más al sur de la tierra. O sea, se trata del fin del mundo. Está junto al famoso canal del Beagle, en honor al barco donde Darwin hizo sus pinitos de naturalista revolucionario.
Ushuaia en realidad está en una isla llamada Tierra del Fuego, que recibe ese nombre por el fuego que hacían los indios para calentarse, ya que iban desnuditos del todo. La isla está dividida entre Chile y Argentina por una línea imaginaria que debieron hacer con una tiza y una regla hace unos cien años unos ingenieros que no tenían otra cosa que hacer...
Por cierto, en el canal de Beagle estaba fondeado el Octopus, barquichuelo de mi amigo Bill. O sea, Bill Gates. Con sus DOS helicópteros y todo. Así que ya sabéis lo que hace Bill con la pasta que le pagamos por el windows ese...Ya lo decía Larry Ellison (presidente de Oracle):
"In a world without fences...who needs gates?"
En Ushuaia conocimos el famoso presidio (tipo Alcatraz) que ocupaba la plaza. En realidad Ushuaia era una colonia penitenciaria. Dicen que no consiguió escapar nadie, y no me extraña, pues entre el frío, las montañas, y el mar, no hay manera de alejarse de la suegra...(en mi caso del suegro). Allí nos explicaron algunas historias de famosos bandidos. Yo me quedo con la de un tal Mateo que mató a ocho personas y por eso pasaron a llamarle Mateocho. O la del que mató en un atentado a un famoso comisario de policía en Buenos Aires. El tal comisario al parecer estuvo implicado en el secuestro y asesinato de una niña famosa por su belleza. O un niño, asesino de niños y con orejas de soplillo (como mi hermano más o menos) al que mataron otros presos por echar el gato a la estufa (tendría frío el pobrecillo). Y eso me recuerda lo injusto que es el ser humano. Por matar a unos niños te llevan de vacaciones a un presidio. Por matar a un gato (argentino, eso sí), te pelan tus compañeros. Oh mundo cruel!
Al día siguiente tomamos el tren del fin del mundo que nos llevó hasta el parque nacional de Tierra del Fuego, con unos paisajes espectaculares. El tren era el que cada día tomaban los presos para cortar los árboles con los que construir el presidio y con lo que calentarse. Claro que sin tanta comodidad. Había conejos y pájaros por doquier (lo cual es lógico porque ya se sabe que donde andan conejos sueltos siempre hay algún que otro pajarraco alrededor...)
Visitamos también la isla de los Lobos, que estaba llena de cormoranes y de leones marinos (y de caca de cormorán también, y de turistas, y de algas, etc.) y el famoso faro les Eclaires que no es exactamente el faro del fin del mundo pero casi. Por cierto, el faro que inspiró a mi admirado Julio Verne aparentemente era un faro desastroso (iluminado por unas velas a través de las ventanas de una casa baja) que no servía para nada como indican los numerosos naufragios que sufrieron pobres aventureros a su alrededor. La vida a veces, no se comporta como los poemas épicos. El Faro del Fin del Mundo, debería tener ese nombre por las numerosas muertes que ocasionó y no por estar donde estaba...
Al día siguiente fuimos a la Estancia Harberton, aún más al sur que Ushuaia, y que se usa de base para ir a la isla Martillo, plato fuerte de la jornada. De camino a la estancia vimos el famoso árbol bandera, inclinado por la acción del fuerte viento que sopla en la región (o por la acción de los turistas que no paran de empujar al pobre árbol).
En la isla Martillo hay una pingüinera, por la que se puede caminar. Se llega hasta ella en lancha rápida desde la estancia y con la compañía de una guía. No veas el gustazo de caminar entre los pingüinos en plan Indiana Jones. Qué gozada! Por cierto en las imágenes se pueden observar dos tipos de pingüinos. El magallánico y el papua (de pico rojo) así como alguna que otra ave de rapiña como la de la imagen (y no es mi cuñada, no). Había pingüinos bebé que se distinguían de los adultos por el plumaje gris y con aspecto sedoso. Eran tan monos! También había pingüinos adultos. A unos los pillamos en plena escena X.
El último día a la vuelta cogimos un avión que nos devolvió a Buenos Aires. Allí nos encontramos con una compañera de trabajo argentina que volvía a sus vacaciones que había interrumpido momentáneamente por un tema de trabajo. Nos advirtió que los vuelos estaban con retraso. Y un huevo! Nuestro vuelo había sido cancelado! Damnificados de Aerolíneas Argentinas, uníos! Ya nos veía yo durmiendo en el suelo del aeropuerto, sin afeitar, pidiendo limosna, en fin, una crisis que te cagas. Pero como mi mujer es experta en colas, es decir, se cuela por doquier, pudimos adelantarnos al resto de pasajeros y conseguimos que nos metieran en el vuelo de la noche. Acabamos llegando a São Paulo, tarde y destrozados, pero con el típico sabor de boca del que ha ido al fin del mundo y ha vuelto para contarlo.
Ete, la pucha! La Patagonia, enero 2011.